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Autocrítica
Es difícil aceptar que tantas cosas que son casi esenciales, simples, sencillas, básicas, decisivas las dejemos pasar por alto. En todo.
¿Quién no sabe que si no descansamos antes de hacer un viaje y si lo hacemos por horas y horas sin parar, en algún momento, sin darnos cuenta, vamos a perder el control de nuestros actos? ¿Y si cruzamos en rojo un semáforo, quien no sabe que podemos colisionar? ¿Y si volcamos sin el cinturón de seguridad? ¿Y si chocamos en moto sin casco? ¿Y si manejamos un auto sin luces, o frenos, o cubiertas en condiciones? O si…
Pero no sólo en el tránsito… que si salimos tarde, vamos a llegar tarde, que si dijimos a una hora nos van a estar esperando y si prometimos un día, también y si dijimos algo, ese algo debería ser tal cual. Debería.
Sí señor, hoy es hoy, mañana, mañana. Siempre o nunca son eso y sólo eso.
Ahhh, ¿le parece un despropósito? Plomeros, gasistas, mecánicos, chapistas, pintores, taxistas, médicos, entrevistados, periodistas, políticos, fomentistas, foristas, dirigentes, ingenieros, arquitectos… hasta curas y sepultureros. Es una identidad nacional de la cual nunca podremos estar orgullosos.
Nos movemos por impulsos. Una tragedia y todos nos movilizamos. La primera es una marcha de ciento cincuenta mil personas, la segunda de sesenta mil, la tercera de mucho menos y la cuarta no se hará nunca. Habrá pasado el tiempo, nos habremos olvidado. Hasta la próxima. Así en todo.
Con el tránsito, con la seguridad, con la cultura, con la política. Si no fuera así, Macri jamás hubiera ganado la elección en Capital, Menem estaría preso y con él decenas y decenas de corruptos que abundan por doquier.
¿Es una cuestión cultural? ¿Nuestra idiosincrasia quizás?
Es difícil saber aquí si fue el huevo o la gallina. Una clase dirigente corrupta que mostró un ejemplo fatídico que es seguido a ultranza generación tras generación o una sociedad corrupta que nunca pudo generar conductores que cambiaran el rumbo… nuestra dilema.
La única verdad es la realidad… y la realidad es que no somos apegados a cumplir con las normas. Somos transgresores por naturaleza… ¿o por costumbre? ¿o por facilidades?
El estado no tiene poder de policía. Los docentes no aplican las reglas que tampoco cumplen. Los organismos de control no controlan. La justicia es más o menos justa, depende para quien o quien la ejecute. Los dirigentes se extralimitan y manejan poderes discrecionales casi siempre en beneficio propio, o de lo que piensan, o de lo que les conviene. Son honrosas las excepciones, que las hay, por suerte. Lo que pasa es que son tan “excepcionales” que en general terminamos descreyéndolas, desacreditándolas, enfrentándolas. Porque otra cosa tenemos por norma: Si no estamos de acuerdo, peleamos. O piensa como yo o no sirve. No piensa diferente; es corrupto, interesado, mal intencionado. No sabemos disentir. Personalizamos.
Lo peor es que todos nos damos cuenta de esto y no cambiamos. Como si el cambio estuviera fuera de nosotros. Como si el que tiene que cambiar es él, no yo, que soy casi perfecto (“casi” porque me pongo colorado de aceptar que soy perfecto).
Siempre tengo una salida. Bueno, casi siempre. Ahora no. No es que no la haya, no la encuentro. Será porque siempre la busco fuera de mí y ahora también. ¿Tendré valor para buscar donde corresponde?
1 comentario:
Muy buena autocrítica de los argentinos y del hombre y la mujer en general... ¿Cuándo seremos lo suficientemente valientes para reconocerlo, cambiar y volver a empezar? Todos...
Un abrazo Ruben. Te felicito
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