viernes, 28 de junio de 2019

Pocas veces el electorado sintió tamaño desconcierto


Es cierto que en el mundo entero ya no hay espacios para las ideologías pero lo nuestro es infinitamente peor. La mediocridad es arrolladora y cual alud se está llevando puesto todo; valores, ideas, sociedad, cultura, identidad. Dramático. Gane quien gane estaremos igualmente comprometidos. Si ganaran los K sería una catástrofe. Populistas sin plata es la debacle, pero… ¿Macri? No ha demostrado tener la menor idea de hacer ni qué hacer y lo peor, si esa apertura desideologizada mostrada al convocar a Miguel Ángel Pichetto fuera constructiva, podría iniciar un nuevo camino,  pero está totalmente claro que es solo electoral.  El armado de las listas cerró toda posibilidad de nuevos aires. A partir de allí  los unos y los otros seguirán siendo más recalcitrantes en sus acciones (no tienen ideas) y el futuro es realmente desalentador

A veces pareciera que no hay salida aunque en realidad son sólo estas generaciones para las que no se vislumbra una salida; seguramente el país un día saldrá. Difícil poder pronosticar cuándo será,  pero un día se va a dar;  lo que asusta es la forma en la que tocaremos fondo. Somos, pese a esta locura, una sociedad con ideas, muchas de ellas muy radicalizadas, que quizás no se resignen por las buenas y todo termine muy mal. Ojalá que no, por nuestros hijos, por nuestros nietos, por el país.

Una simple mirada a la conformación de las listas muestra claramente que Cristina, por su lado,  la líder indiscutible del espacio, la que por acción y omisión resuelve todo en el mundo K, absolutamente radicalizado con el empoderamiento de la Cámpora, es lógico suponer que busca, en la legislatura, un paraguas protector que la ponga lo más lejos posible de la cárcel. Pero no solo allí.  En el discurso de ella misma,  de Alberto Fernández y Zaffaroni,  por nombrar a los más representativas,  en su proyecto está llevarse puesta la república y asegurarse la libertad y con ella la impunidad.  No hace falta mirar más abajo  a Mempo Giardinelli, Dady Brieva,  Hebe de Bonafini ni ninguno de los que siguen para saber qué es lo que piensa esta gente que ya ha cometido todo tipo de tropelías en buena parte de los doce años durante los que gobernaron y que de ninguna manera piensan cambiar. Por supuesto que además de lo institucional,  queda claro que, sin dinero,  el mismo que gastaron a mansalva mientras robaban a manos llenas,  el proyecto de país que tratan de recrear es absolutamente inviable. Seguramente no es lo que más les preocupa y ocupa,  pero es lo que podría llegar a pasar de llegar el kirchnerismo al poder.

La otra mirada; al PRO gobernante,  no deja a nadie mucho más tranquilo. Mauricio Macri regaló los años de tolerancia que le concedió la ciudadanía.  Nunca antes nadie tuvo tanto tiempo de respaldo popular.  No pudo salir adelante.  Es cierto que el contexto internacional de golpe les fue desfavorable. Pero peor le fue haberse confiado de que por el solo hecho de ser Macri le iban a llover las inversiones.  Tuvo tiempo para darse cuenta de que eso no estaba sucediendo ni bien comenzó a gobernar,  pero no lo hizo y está claro que los inversores no le creen.  Y en un mundo capitalista como el de hoy impera la confianza como base de la radicación de capitales y con ello el desarrollo. A Mauricio Macri los capitales no le creen. No ha habido ni habrá inversiones en un marco legal en el que el Estado se lleva las ganancias de las empresas para asistir con regalías a los ciudadanos beneficiados por el populismo y que el supuesto capitalismo racional debió reordenar y controlar pero no lo hizo. También está claro que, tras perder casi con seguridad la elección general de octubre, aún ganando en noviembre tendrá mucho más compleja la situación legislativa.  Con las cámaras en contra será muy difícil lograr las reformas que hagan viables las inversiones y por ende poner en marcha el país.

El camino del medio quedó reducido,  más por impericia que por otra cosa, a una pequeña callecita sin destino.

Ante estas realidades,  el electorado independiente,  la verdadera primera minoría si es que no constituye la real mayoría, más allá de que muchos de ellos puedan sentirse peronistas, radicales o de cualquier otra identidad ideológica, está en la gravísima encrucijada de no saber a quién votar. Ninguna de las dos opciones de esta gran confrontación le ofrece las mínimas garantías y siente, quizás esta vez más que nunca,  que su destino está mucho más en manos de Dios que de los hombres.